Fernando Mires - ESE PELIGRO LLAMADO ERDOGAN


Recep Tayyip Erdogan ha venido realizando una abierta campaña de provocación en contra de Europa y particularmente en contra de Alemania. 

Desde que los gobiernos de Holanda y Alemania se opusieron a que Erdogan y sus ministros realizaran manifestaciones electorales ante la ciudadanía turca residente y por ello fueran insultados por el autócrata con el amable epíteto de fascistas, pareciera que cada nuevo ataque será la gota que colmará el vaso de agua. Pero el vaso no termina de llenarse. La paciencia de Merkel parece ser infinita.
Las agresiones al gobierno alemán han aumentado su intensidad. La prisión y condena al periodista alemán turco Deniz Yücel, acusado de agente del golpismo, ha provocado en Alemania sobresaltos. La persecución y detención en España por INTERPOL del escritor y periodista turco-alemán Hamza Yalçin ha suscitado escándalo. Pero el hecho que mayor indignación ha causado fue la intervención de Erdogan en las elecciones parlamentarias alemanas. Para muchos, un atentado a la soberanía política de una nación.
Erdogan ha llamado a los ciudadanos turcos de Alemania a no votar por los partidos que, según él, han ofendido a Turquía, a saber, los socialcristianos, los socialdemócratas y los Verdes. Aparte de que los turcos a los que llama a no votar son ciudadanos de origen turco que han adquirido la nacionalidad alemana (con lo cual Erdogan delata que para él nacionalidad y ciudadanía son conceptos sanguíneos) queda claro por quienes llamó Erdogan a votar: por La izquierda (Die Linke) y, sobre todo, por la ultraderecha representada en Alternativa para Alemania (AfD) 
No se necesita imaginación para entender que el llamado tácito de Erdogan a votar por los partidos extremos de Alemania no obedece a razones ideológicas sino estratégicas. A Erdogan interesa desestabilizar a la política alemana. De eso no es difícil darse cuenta. Más difícil es saber el porqué. La respuesta la podemos tener si a su vez conocemos los objetivos inmediatos y lejanos de la estrategia del autócrata. En este caso, como suele suceder, los segundos objetivos, los lejanos, parecen determinar a los primeros, los inmediatos.
El proyecto Erdogan es convertir a Turquía en potencia hegemónica del mundo islámico. Como sucede con su equivalente ruso, Putin, cuyo objetivo es recuperar la carta geográfica del imperio zarista, el de Erdogan es recuperar los lineamientos geográficos y políticos del antiguo imperio otomano. Pero ese objetivo solo puede ser asegurado si Erdogan logra consolidar el frente interno pues nunca podrá ser un líder regional sin ser un líder nacional. Para lograr sus objetivos externos requiere, por lo tanto, acentuar su liderazgo. Esa era la función que había encomendado al plebiscito de abril del 2017
No obstante, ese 51% que obtuvo teniendo todos los medios, después de haber desatado una intensa represión, y en elecciones donde hubo visibles fraudes, no fue precisamente el resultado que necesitaba Erdogan para consolidar su poder. De ahí que para alcanzar una de sus metas, la de desactivar al Parlamento y apoderarse de los tres poderes del Estado, necesita urgentemente de un objeto de agresión externo que le permita movilizar emociones agresivas en contra de un enemigo común. Ese enemigo externo es, por el momento -tanto por lo que representa (baluarte de la UE) tanto por lo que es (una democracia avanzada)- la Alemania de Angela Merkel.
Erdogan está jugando la carta ultra-nacionalista. Y, como está visto, ha decidido jugarla en contra de lo que para muchos turcos aparece como la negación histórica y cultural de Turquía: la Europa moderna y los derechos y valores que representa, que son a la vez los derechos y valores de gran parte de la oposición democrática turca.
En fin, como ocurrió con los movimientos fascistas del pasado, Erdogan intenta encabezar una rebelión en contra del legado de la Ilustración, incluyendo el principio de la secularización, la división de los tres poderes, y la declaración de los derechos humanos. En ese sentido las provocaciones de Erdogan a Alemania pueden ser consideradas como el comienzo de una campaña antieuropea. 
El “pequeño” problema es que Alemania es el principal socio económico de Turquía. De ahí que el objetivo de Erdogan, por el momento, sea disociarse políticamente de Alemania y Europa pero preservando su asociación económica. El autócrata quiere el pan pero también el pedazo.
Lo mismo ocurre en el plano militar. Turquía es una de las piezas claves de la OTAN y por lo mismo los gobiernos occidentales harán lo imposible para mantenerla dentro de esa órbita. Turquía, a su vez, necesita de la OTAN.
La pertenencia a la OTAN es para Turquía una carta de presentación para imponer condiciones a sus potenciales aliados anti-europeos: Rusia e Irán. Esa es la razón que explica por qué Putin se encuentra empeñado en buscar un mayor acercamiento con Erdogan. El mandatario ruso persigue el objetivo de alejar la presencia de Turquía de la OTAN mediante pactos unilaterales de no-agresión. Naturalmente Erdogan exigirá incluir a Siria en la mesa de negociaciones. Para Putin puede que ese no sea el problema más grande. Si logra extraer a Turquía de la NATO a cambio de concesiones a Erdogan en el tema sirio, téngase por seguro, lo hará.
De fiel aliado, Erdogan ha pasado a ser un peligro para Europa. Si ese peligro no es reconocido por los gobiernos europeos, mañana podrá ser demasiado tarde, más todavía si se tiene en cuenta que el aliado histórico de Europa, EE UU, ya no es tan confiable como una vez lo fue. Ya desde antes de Trump, durante el mismo Obama, Europa ha dejado de ser un protectorado militar de los EE UU. Eso significa: Europa está obligada a protegerse a sí misma.
Una de las tareas del eje político franco-alemán formado como resultado de las elecciones del 2017 será, entre otras, señalar límites a la Turquía de Erdogan. Pero para que eso sea posible se necesita, antes que nada, de una Europa consciente de los peligros que la amenazan. Lamentablemente ese no parece ser el caso.
PS. Justo después de haber escrito este artículo (07.09), me entero por la prensa de que Alemania presentó, en el encuentro que tuvo lugar en Taillin (Estonia), una moción orientada a bloquear el ingreso de Turquía a la UE. Alemania, a través de su ministro socialdemócrata Sigmar Gabriel propuso dicha medida cediendo a las presiones del candidato a canciller, el también socialdemócrata Martin Schulz, con la desaprobación de Angela Merkel quien al final cedió, quizás sabiendo que la propuesta no iba a ser aceptada sin discusión previa.
De este modo la UE convirtió el tema de Turquía en un problema bilateral (Turquía versus Alemania) sabiendo de que se trata de un problema continental. Naturalmente, tiene ciertas razones cuando intenta evitar que Turquía caiga en los brazos de Putin. Pero a la vez no debería callar sobre el hecho de que las agresiones de Erdogan no son solo contra Alemania y, por lo mismo, hay que fijar límites. Si no una tarjeta roja, Erdogan merecía, por lo menos, una amarilla.
No sería mala idea que los políticos europeos echaran una mirada a la historia reciente de América Latina. En el subcontinente no pocos gobiernos hundían sus cabezas en la arena cuando Hugo Chávez comenzaba a cometer las primeras tropelías anti-democráticas. Hoy tienen a la dictadura militar de Nicolás Maduro en el poder, y ninguno sabe como sacársela de encima.
Al final, en Taillin todos quedaron mal parados. Gabriel, porque en contra de sus convicciones, intentó hacer política electoral sirviendose de un sensible asunto de la política internacional. Merkel, por no haber desarrollado conversaciones previas con sus colegas europeos, y la UE, por no haber sido capaz de mostrar la más mínima solidaridad –Austria fue la excepción- con la nación que precisamente más la sostiene. Al fin solo hubo un ganador. Ese ganador se llama Erdogan.
La Europa de hoy es como el Titanic de ayer: el barco se hunde pero los pasajeros quieren continuar bailando.